dimanche 30 novembre 2008

El Hayy – El viaje de toda una vida (IV)

Antes o después de ir a La Meca, los peregrinos aprovechan la oportunidad que les brinda el Hayy o la Umrah para visitar la Mezquita del Profeta en Medina, la segunda ciudad sagrada en orden de importancia en el Islam. Aquí, el Profeta está enterrado en una tumba sencilla. La visita a Medina no es obligatoria, pues no es parte del Hayy o de la Umrah, pero la ciudad – que le dio la bienvenida a Muhammad cuando emigró allí desde La Meca – es rica en recuerdos conmovedores y sitios históricos que lo evocan como Profeta y ser humano.

En esta ciudad, amada por los musulmanes durante siglos, la gente siente el efecto de la vida del Profeta. Muhammad Asad, un judío austriaco convertido al Islam en 1926 y que hico cinco peregrinaciones entre 1927 y 1932, comenta lo siguiente sobre ese aspecto de la cuidad:

“Aún trece siglos después, la presencia espiritual [del Profeta] está casi tan viva como en ese entonces. Fue gracias a él que un grupo de aldeas esparcidas llamadas Yazrib en un tiempo se convirtieron en una ciudad y ha sido amada por todos los musulmanes hasta este día como ninguna otra ciudad en el mundo ha sido amada jamás. Ni siquiera tenía nombre propio: Durante más de mil trescientos años, fue llamada Madinat an-Nabi: ‘la Ciudad del Profeta’. Durante más de mil trescientos años, ha convergido aquí tanto amor que todas las formas y movimientos han adquirido una especie de semejanza familiar, y todas las diferencias de aspecto encuentran una transición tonal hacia una armonía común”.

Cuando los peregrinos de distintas etnias y lenguas regresan a sus casas, llevan consigo hermosos recuerdos de Abraham, Ismael, Hagar y Muhammad. Siempre recordarán ese encuentro universal, donde pobres y ricos, blancos y negros, jóvenes y ancianos, se reúnen por igual.

Regresan con un sentido de admiración y serenidad: Admiración por su experiencia en Arafat, al sentirse cerca de Dios pues estuvieron en el sitio donde el Profeta dio su sermón durante su primera y última peregrinación; serenidad por haber dejado sus pecados en ese valle, aliviándose así de tan pesada carga. También regresan con un mejor entendimiento de las condiciones de sus hermanos en el Islam. Por lo tanto, nace un espíritu de solidaridad por los demás y de comprender su propia riqueza que durará todas sus vidas.

Los peregrinos vuelven radiantes de esperanza y gozo, pues han cumplido con la obligación establecida por Dios de realizar esa peregrinación. Por sobre todas las cosas, regresan con una plegaria en los labios: Que Dios acepte su Hayy, y que lo que dijo el Profeta sea cierto sobre su propio viaje individual:

“No existe recompensa para una peregrinación piadosa aparte del Paraíso.” (Al-Tirmidhi)

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